La egresada de Bibliotecología de la Universidad de Chile, Amira Arratia, comenzó su recorrido profesional en el Departamento de Documentación de Televisión Nacional de Chile (TVN), en febrero de 1973. El archivo de la emisora estatal era, por entonces, un proyecto embrionario: el canal había iniciado sus transmisiones regulares en 1969 y un año después se comenzó a gestar un sistema formal para organizar y conservar sus producciones.
Al llegar, Amira se encontró con algo que distaba de lo que creía era un gran centro de documentación. “Éramos cuatro personas y teníamos muy pocos materiales, unas 70 u 80 cintas y unos pocos libros”, cuenta. El ambiente se fracturó brutalmente con el Golpe de Estado. Ese 11 de septiembre Amira no estaba en TVN, pero a su regreso quedó en shock. La televisora pública había sido transformada en un cuartel. “El canal era como un regimiento. Podías ver cambios de guardia en el patio. Nos dejó estupefactos y con desaliento frente a lo que estaba ocurriendo. Fue bien complejo”, detalla.
La orden que pondría a prueba su integridad profesional no tardó en llegar. Fue citada por el gerente de producción de la época, quien le dio la instrucción de destruir todo el material relacionado a la Unidad Popular y a la historia reciente del país. “Me pidió que le entregara las fichas de los registros donde apareciera Salvador Allende, como su histórico discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, además de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Pablo Neruda y la gira de Fidel Castro por Chile”, narra.
Frente a este mandato, Arratia actuó con rapidez: “Si en la universidad me habían enseñado a preservar los materiales, sobre la importancia que tenían como instrumentos de aprendizaje, ¿con qué derecho iba a asumir la tremenda responsabilidad de eliminarlos?”. Además, pensó en el esfuerzo humano detrás de cada imagen: “Vi todo el trabajo detrás de los periodistas de TVN, los técnicos y la gente que salía con los móviles a grabar”.
Sin embargo, en una época pre-digital donde el catálogo era físico con fichas de cartulina organizadas en cajones, la clave de acceso al archivo residía en un sistema manual. “Dejé las fichas en mi escritorio, entonces sin ellas no se podía acceder al material, que afortunadamente no era requerido en esos años para ser transmitido", comenta. “Lo hice así porque eso era lo que estaba en ese minuto. Creo que no existen recetas para determinar cómo tienes que actuar cuando eres responsable de un archivo en periodos de represión”, agrega.
Sobre si tuvo miedo con su acto calculado de omisión, sentencia: “Nunca y menos mal porque habría vivido paralizada y no habría hecho todo mi trabajo. Siempre pensé que no tenía que ver conmigo o con un acto de rebeldía, era la historia del país la que había que proteger”.
Guardiana de la memoria
Con la vuelta a la democracia, en que TVN empezó a hacer programas sobre reconstrucción histórica, el material que había sido salvado de la destrucción adquirió un valor nuevo y urgente.
La tarea más ardua fue la de organizar y preservar las cintas de video que se copiaron de los despachos de corresponsales extranjeros que vinieron a Chile entre 1982 y 1987 a cubrir las protestas en contra de la Dictadura. En palabras de Arratia, los sistemas de catalogación para este material nuevo eran insuficientes o su contexto se había perdido. “Fue un trabajo lento y costoso, siendo difícil reconstruir los momentos en que fueron grabadas. Tuvimos que hacer mucha investigación para recatalogar este material, buscar en los diarios y acudir muchas veces a la memoria de las periodistas. En ese tiempo, en que ya se podía hablar de derechos humanos, violencia política o personas detenidas, recién dimensionamos la importancia que había tenido la preservación de esas imágenes”, confiesa.
También Amira ha sido testigo y protagonista de la transición desde las cintas de 1” y 2” hasta el mundo digital actual. “Empezamos a digitalizar desde el 2010, por lo que desde ese año en adelante todo nace digital para el archivo. Decretamos que todo lo anterior era material histórico”, especifica. Hoy, el fruto de este esfuerzo de décadas es tangible. “Afortunadamente ahora está todo a disposición de los usuarios”, afirma con legítimo orgullo.
Su vida dedicada a la preservación de archivos audiovisuales la proyectó además como una referente a nivel global, siendo nombrada en 2004 como delegada para Latinoamérica de la FIAT/IFTA (Federación Internacional de Archivos de Televisión). También su compromiso la ha llevado a integrar desde 2014 hasta la actualidad el Comité Nacional del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO. En 2023 recibió el premio ANATEL y en 2024 el Premio Pudú a la Trayectoria en el Festival de Cine de Valdivia. “Encontré muy importante y emotivo que el mundo del cine haya valorado la importancia del rescate de las imágenes. Me sentí muy orgullosa por el reconocimiento”, asegura.
Una formación ética de excelencia
Amira entró a estudiar Bibliotecología en la Universidad de Chile, cuando se encontraba en el Instituto Pedagógico. Recuerda con cariño a profesoras que moldearon su visión de la profesión, como Ximena Feliú, Clara Budnik y Silvia Anabalón. “Decidí estudiar esa carrera por mi vocación de servicio público, porque si hay algo que me encanta es la relación que se establece entre los archivistas y los usuarios, la forma que tienen de comunicarse y resolver sus temáticas”, afirma.
No obstante, es en la figura de Ana María Prat donde identifica a la mentora que definiría su rumbo profesional. “Nos empezó a hablar de los centros de documentación como una unidad informativa de vital importancia. Me gustó la idea de que tienes que adelantarte a tener la información, los hechos y las necesidades de los usuarios. Sus docentes les inculcaron el valor intrínseco de los documentos a custodiar. “Son los únicos testigos de la vida vivida, como fuentes de información y conocimiento para las nuevas generaciones”, explica.
Amira no solo preservó cintas; preservó identidad, verdad y la posibilidad de un futuro basado en una lección honesta del pasado. Sobre la Universidad de Chile, afirma: “Me enseñó a ser profesional y amar lo que hago. Me ayudó también a ser responsable del lugar donde me tocó vivir la historia y me invitó a que cada meta que me propusiera fuera en un camino de transparencia, compromiso y entrega”.