Columna de opinión: Vicerrector de Investigación y Desarrollo, Christian González- Billault

"El conocimiento en disputa: lo que los programas dicen… y lo que callan"

Columna de opinión: El conocimiento en disputa
"El desafío del próximo gobierno será ensanchar esa mirada, entendiendo que la ciencia es también cultura, cohesión y soberanía democrática"
"El desafío del próximo gobierno será ensanchar esa mirada, entendiendo que la ciencia es también cultura, cohesión y soberanía democrática"
Vicerrector de Investigación y Desarrollo, Christian González-Billault.
Vicerrector de Investigación y Desarrollo, Christian González-Billault.

Ya están disponibles los programas de los principales candidatos a la presidencia de Chile, y al igual que comentamos los programas de los candidatos hace 4 años; ahora revisamos lo que nos proponen Jeannette Jara, Evelyn Matthei, José Antonio Kast y Johannes Kaiser en Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Todos, al igual que lo que ha ocurrido en los últimos 20-30 años, reconocen que Chile invierte poco —apenas un 0,4% del PIB en I+D, frente al 2,7% de la OCDE— y que la vinculación entre universidades, empresas y Estado sigue siendo débil. El consenso es que debemos dar un salto. La pregunta de fondo es como lo vamos a hacer.

En los cuatro programas encontramos interesantes convergencias. Todos coinciden en la necesidad de mayor inversión en ciencia y tecnología, de fortalecer la relación con el sector productivo y de formar capital humano avanzado. Además, reconocen que Chile posee ventajas comparativas —astronomía, biodiversidad, Antártica, energías limpias— que pueden proyectarlo internacionalmente. Este diagnóstico compartido es positivo: la ciencia ya no es periférica, sino parte del debate sobre desarrollo.

Sin embargo, los programas conocidos también ofrecen visiones contrapuestas. Jara apuesta por un enfoque productivo y territorial, con hubs de innovación regionales, apoyo a Pymes y una meta clara: llegar al 1% -una vez más- del PIB en I+D en cuatro años. Matthei plantea una estrategia integral, articulando ciencia básica y aplicada, industria y divulgación, incluyendo un programa espacial y la participación en consorcios globales. Kast ofrece una perspectiva más bien utilitaria, que subordina la ciencia a la seguridad y la productividad de sectores extractivos. Finalmente, Kaiser propone un gran centro tecnológico con foco en innovación aplicada y atracción de talento.

Siendo la investigación una actividad global, es interesante evaluar qué es lo que cada candidato propone para la inserción internacional de nuestra ciencia. Jara enuncia mecanismos pragmáticos, como giras tecnológicas y atracción de inversionistas. Matthei, en cambio, plantea que Chile se convierta en “laboratorio natural” del planeta, participando en consorcios internacionales en astronomía, cambio climático y biodiversidad. Asimismo, Kast privilegia la soberanía y la autonomía tecnológica, con escasa referencia a cooperación global. Mientras Kaiser imagina la inserción internacional mediante redes con centros de excelencia. Estas diferencias parecen cruciales, ya que nos entregan claves respecto de la visión de los candidatos, sobre si Chile será un actor activo en la generación de conocimiento global o un consumidor dependiente de ciencia ajena.

A pesar de estos matices, los programas comparten silencios preocupantes. El cambio climático solo aparece en el programa de Matthei, pese a que Chile es uno de los países más vulnerables del mundo a sequías, crisis hídricas e impactos costeros. Respecto de biodiversidad, también es Matthei quien le menciona, sin propuestas robustas, para proteger ecosistemas en un país que presenta una altísima biodiversidad. El envejecimiento progresivo de la población que nos coloca en el tercer lugar en América en expectativas de vida después de Canadá y Costa Rica, está completamente ausente en los cuatro programas, aunque Chile será en pocos años uno de los países más envejecidos de la región, con implicancias críticas en salud, pensiones y cuidado de largo plazo. Finalmente, existe una omisión que es mucho más profunda; cuál será el rol del conocimiento como tejido de cohesión social y sustento de la democracia. La investigación y las ciencias no solo entregan soluciones tecnológicas, sino que ofrecen un lenguaje común basado en evidencia, apertura al debate y reconocimiento del pluralismo. En sociedades fragmentadas, la cultura de investigación puede fortalecer la confianza social, combatir la desinformación y permitir que las políticas públicas se construyan sobre consensos informados y no sobre prejuicios.

La ausencia de estas dimensiones, de manera explícita, refleja una mirada estrecha de la ciencia, concebida sobre todo como motor de productividad y competitividad, y no como herramienta para enfrentar los grandes desafíos sociales y ambientales. Si limitamos la ciencia a un insumo económico, corremos el riesgo de marginar su potencial más transformador; la capacidad de generar ciudadanía crítica, de inspirar sentido de pertenencia y de co-construir un futuro compartido.

Sin embargo, también existen aspectos que son positivos. El primero es que ya no discutimos si Chile necesita ciencia -no obstante se vuelve a prometer el 1% al igual que en los últimos 20 años-, sino qué ciencia queremos y con qué propósito. El aspecto menos positivo es que la discusión sigue atrapada en los márgenes de la productividad. Si no incorporamos el cambio climático, la biodiversidad, el envejecimiento y la dimensión cultural y democrática de la ciencia, seguiremos equiparando el conocimiento a un artículo transable, en lugar de reconocerlo como un bien público esencial para el desarrollo del país. El desafío del próximo gobierno será ensanchar esa mirada, entendiendo que la ciencia es también cultura, cohesión y soberanía democrática. Solo así Chile podrá aspirar no solo a imitar lo que hacen otros, sino a ser parte activa de la conversación global que define el futuro de la humanidad.