En una época en que solo se permitía a las mujeres ejercer la medicina en Inglaterra y Estados Unidos, el mundo vio nacer a Ernestina Pérez el 8 de agosto de 1868. Oriunda de la ciudad portuaria de Valparaíso, fue una de las primeras estudiantes del naciente Liceo Le Brun de Pinochet, creado en 1875. En dicho establecimiento compartió con otra figura clave en la historia médica de Chile: Eloísa Díaz. Más tarde, su educación continuó en su hogar mediante profesores.
Buscando aprender más, y gracias al recién firmado Decreto Amunátegui, que permitió a las mujeres entrar a la educación superior, Ernestina ingresó a la Universidad de Chile en 1883, donde recibió su título de Bachiller en Filosofía y Humanidades. Ese mismo año ingresó a la carrera de Medicina, con dos años de diferencia respecto a Eloísa Díaz, quien lo había hecho en 1881.
Durante sus años de formación, tanto Pérez como Díaz tuvieron que ser acompañadas por sus madres para poder asistir a clases. A pesar de este obstáculo, ambas persistieron en su vocación. En este afán, Ernestina alcanzó rápidamente a Eloísa, al punto que el 31 de diciembre de 1886 recibió su grado de Licenciada en Medicina y Farmacia, con su memoria titulada “Elementos de Higiene Popular”, publicada en la revista Anales de la Universidad de Chile con días de diferencia de su compañera. Posteriormente, el 10 de enero de 1887, Pérez recibió su título de Médico Cirujano en la misma institución, con tan solo una semana de diferencia de Díaz.
Ariadna Biotti, coordinadora del Área de Investigación Patrimonial del Archivo Central Andrés Bello, señaló que “según lo que cuenta Elena Caffarena en un documento donde ella realiza una biografía construida a partir del relato de Ernestina Pérez, explica que ambas se habían puesto de acuerdo para dar el examen juntas y graduarse juntas. Pero el sistema puso a una primero que a la otra, por eso el desfase de 7 días”.
Por aquellos años, Chile enfrentaba diversos problemas en materia de salud, siendo los más recurrentes el alcoholismo, el cólera y la tuberculosis, todos vinculados a la llamada “higiene social”, uno de los temas que más le interesó y preocupó a Ernestina.
En un homenaje póstumo, realizado en 1953 en la Unión Chilena de Mujeres, la activista Elena Caffarena recordó que Pérez, tras egresar de la carrera, fue voluntaria y participó de forma activa en combatir la epidemia de cólera en Valparaíso y Quillota. “Se ofreció para atender sin remuneración una sala de mujeres en alguno de los lazaretos. El tiempo entregó al olvido este gesto heroico (...) más tarde la ciudad de Valparaíso declaró a la doctora Pérez Hija Ilustre y la condecoró con una medalla de oro, se recordó en forma especial este gesto suyo”, relató Caffarena en aquella oportunidad.
A pesar de este hecho, la verdadera pasión de Ernestina fue investigar las enfermedades que afectan específicamente a las mujeres, dedicando su vida a este campo. En 1887 fue una de las tres personas becadas por el Estado de Chile para estudiar en la Universidad Federico Guillermo en Alemania cuando tan sólo tenía 18 años. Sin embargo, la joven Dra. Pérez se encontró con el obstáculo de que en este país las mujeres aún no podían entrar a la Universidad, por lo que el ministro de Chile en Berlín tuvo que conseguir un permiso especial para que fuera admitida en clases. En estos salones le pidieron permanecer sentada junto al profesor o asistir a las clases encerrada en un biombo.
Pese a esta situación, Ernestina se destacó por ser una estudiante brillante frente a sus compañeros masculinos y permaneció en este país por un par de años. Posteriormente, se trasladó a Francia donde cursó estudios de obstetricia, centrándose en el parto y las condiciones psicosociales de las embarazadas.
Luego de esta travesía, regresó a Chile en 1891 en un contexto de gran efervescencia política dada por una Guerra Civil. En medio de este conflicto, el presidente José Manuel Balmaceda la nombró médico del Hospital San Borja y profesora de los cursos de formación para matronas.
Desde muy temprano en su carrera, Ernestina mostró un amplio interés por la divulgación científica. En el Congreso de Buenos Aires de 1904 presentó su trabajo llamado “Preparación sobre anatomía del cráneo/ Higiene del Corsé” exponiendo los peligros de su constante uso. Un trabajo relevante en su tiempo puesto que era una prenda muy utilizada por las mujeres en aquella época y que incluso era extensamente promocionada en la Lira Popular.
En su vida, Ernestina viajó repetidas veces fuera del país, y en una de sus visitas a Alemania realizada en 1910, publicó su trabajo "Lecciones de Ginecología", un texto que resume los trabajos de diversos profesores que habían escrito en alemán, francés, inglés e italiano, con el objetivo de que esté al alcance de los estudiantes de medicina y los médicos que no se encuentran especializados en ginecología.
Reconocida también por sus trabajos prácticos en anatomía, en Alemania participó en el Congreso de Berlín en 1925 y habló sobre la importancia de que la Educación Sexual sea obligatoria en todas las instituciones de enseñanza básica y media.
Una vez que retornó al país, Ernestina Pérez se dedicó a facilitar el acceso a los obreros y las mujeres en los conocimientos de la medicina, incluso organizó actividades para la prevención del cólera, la tuberculosis y el alcoholismo que afectaban a la población en esa época. De igual forma, publicó el “Manual de la enfermera en el hogar” (1918) y el “Manual de consejos higiénicos aplicados especialmente a la infancia”.
Asimismo, Ernestina perteneció a diversas agrupaciones, llegando a ser la primera presidenta de la Asociación de Mujeres Universitarias de Chile y participando del “Círculo de Lectura”, espacios clave para la organización de las mujeres profesionales.
“Ernestina Pérez fue una mujer mucho más activa en el plano político cívico que Eloísa Díaz. Ella después luchó por el voto femenino, fundó la Asociación de Mujeres Universitarias y recibió en vida el mismo homenaje que la Universidad de Chile realizó en 1930 junto a Eloísa Díaz. Sin embargo, con el tiempo, la figura de Eloísa fue cobrando más reconocimiento, dejando a Ernestina prácticamente en el anonimato".
Luego de una vida dedicada a la medicina, la salud pública y la lucha por los derechos de las mujeres, Ernestina Pérez Barahona falleció el año 1951 a la edad de 86 años. Su muerte fue el cierre de su trayectoria, pero no de su legado que sigue teniendo repercusiones importantes en la actualidad.
Para Biotti, uno de los mayores legados de esta pionera fue su estudio y preocupación por la salud de las mujeres y la población. “Al igual que lo hizo Eloísa Díaz, Ernestina estudió con gran dedicación la salud del pueblo y trabajó incansablemente por difundir conocimientos médicos de manera clara y accesible, especialmente en un contexto marcado por la proliferación de enfermedades y pestes”.