“Este premio me tranquilizó el alma”. A lo largo de seis décadas, Delia Vergara ha hecho del periodismo una trinchera ética y un acto de amor. Desde Paula, revista pionera en abordar la sexualidad, la autonomía y la desigualdad de género en plena década del 60, hasta la creación de El Diario de Cooperativa durante la dictadura, su voz ha encarnado la valentía de informar y de cuidar.
Hoy, convertida en referente indiscutible del feminismo y la comunicación en Chile, recibe el mayor reconocimiento de su trayectoria con la serenidad de quien sabe que abrió caminos para muchas otras.
–¿Qué sintió cuando supo que había sido reconocida con el Premio Nacional de Periodismo?
Fue una alegría enorme. Me llamó el ministro y me dijo: “Aló”. Yo le respondí: “Me va a dar un infarto”. [Ríe.] Estaba feliz, abrumada de cariño, con una emoción que me desbordaba. Sentí una ola de afecto de gente que ni siquiera conozco personalmente. Es muy conmovedor sentir que el trabajo de una vida toca a tantos otros.
Este premio me tranquilizó el alma. Algo en mí se completó. Las mujeres profesionales que trabajamos en esta cultura de hombres solemos vivir con una duda: ¿lo estaremos haciendo bien? Con este reconocimiento, esa duda se disipó. Sentí que de alguna manera representaba a tantas periodistas, editoras y reporteras que abrieron espacios antes que el feminismo fuera una palabra de moda.
–¿Qué lugar ocupa la Universidad de Chile en su historia?
Un lugar decisivo. Entrar a la Universidad de Chile fue abrir los ojos a otro país. Yo venía del colegio Villa María, de un mundo muy protegido, y de pronto me encontré con realidades distintas, con compañeros y compañeras que me mostraron otra cara de Chile. La niña del barrio alto se descarrió, como digo en broma, y en ese Chile diverso me quedé para siempre.
Ahí también conocí a Amanda Puz, mi gran amiga y colaboradora, con quien soñábamos hacer una revista que de verdad apoyara a las mujeres, no que las distrajera con frivolidades. Nos decíamos: “Algún día haremos una revista para las mujeres reales”. Y los deseos, a veces, se cumplen.
–Ese sueño se materializó en revista Paula, que cambió la historia del periodismo femenino.
Así fue. Cuando Roberto Edwards me propuso crear una revista femenina, tuve claro que quería algo distinto: una revista chilena, escrita por periodistas, con temas que interesaran a mujeres de carne y hueso. En 1967 nació Paula, y desde el primer número supimos que estábamos haciendo historia.
Hablábamos del cuerpo, de la sexualidad, de los abusos, del amor, del divorcio y de todo lo que nadie se atrevía a poner por escrito. Fue una revolución de mujeres. Teníamos 26 años, ideas avanzadas y ninguna intención de pedir permiso. Con Isabel Allende, Malú Sierra, Amanda Puz y Constanza Vergara —todas de la Chile— hicimos una revista que fue espejo y escuela. A veces pienso que cuando veo a una abuela marchando con un pañuelo violeta digo: “Debe haber sido lectora de Paula”.
–Después vino El Diario de Cooperativa, en plena dictadura. ¿Cómo fue hacer periodismo bajo amenaza?
Era jugarse la vida, literalmente. Pero no podía quedarme callada. En 1976 convencí al directorio de la Radio Cooperativa de crear un informativo que no fuera militante, sino que hiciera buen periodismo, sin miedo. Lo llamamos El Diario de Cooperativa. Teníamos a la DINA y la DINACOS encima, llamadas amenazantes, citaciones al Ministerio del Interior… pero nunca me intimidaron.
Cuando me reclamaban por hablar de desaparecidos, les decía: “Díganme dónde están y lo publicamos al tiro”. Esa frase me salvó varias veces. Había peligro, había miedo, pero también una convicción muy fuerte: que callar no era una opción. A veces llegaban a la radio periodistas con los recursos de amparo en la mano, y los leíamos al aire antes de que la “no justicia” de ese tiempo los enterrara. En esa urgencia, más de una vez, logramos salvar vidas.
–¿Y cómo recuerda esa comunidad de periodistas en Cooperativa?
Con enorme cariño y gratitud. Éramos un equipo pequeño, unido, apañador. Mujeres como Patricia Politzer, Manola Robles, Carmen Castro y Pamela Pereira se jugaron la piel en esas coberturas. Los hombres también, claro, pero ellas destacaban por su rigor, su valentía y su capacidad de narrar el dolor sin morbo. En esos años oscuros, esa hermandad fue una forma de resistencia.
–En los años 80 fundó revista Clan, orientada a la ecología y al desarrollo personal. ¿Qué la motivó?
Después de tanto horror, necesitaba esperanza. Clan fue una revista sobre vínculos, crecimiento y conciencia. En plena crisis económica quisimos hablar del alma, de la naturaleza, de cómo volver a mirar la vida con ternura. Era adelantada para su tiempo, pero los avisadores escaseaban y tuvimos que cerrar. Fue mi primer fracaso, y dolió.
Sin embargo, ese cierre me abrió otras puertas. Un día recibí la invitación de Rodrigo Egaña para trabajar en una campaña de apoyo a las ollas comunes. Conocí a mujeres maravillosas en Pudahuel, en La Pintana, en San Bernardo. Ellas me enseñaron el verdadero significado de la solidaridad. De ahí nació mi trabajo en el FOSIS, donde hicimos más de cien microprogramas sobre mujeres que se organizaban contra la pobreza. Verlas en televisión, orgullosas, fue un regalo enorme.
–¿Qué significó para usted conocer a Lola Hoffmann?
Fue mi maestra y una luz. La conocí en un momento difícil y me ayudó a entender que solo después de un naufragio se puede iniciar un camino nuevo. Tenía una sabiduría profunda, sin solemnidad. Me enseñó a reconciliarme con mis contradicciones, a vivir más despierta.
Cuando murió, sentí que debía escribir Encuentros con Lola Hoffmann. Fue como si ella misma me lo dictara desde otro lugar. Ese libro lleva más de cuarenta años vivo y sigue acompañando a miles de mujeres. Me emociona pensar que algo de su voz —y quizá algo de la mía— siga iluminando el camino de otras.
–En su discurso agradeció a las mujeres periodistas. ¿Qué mensaje quisiera dejarles hoy?
Mi admiración y respeto. Veo a las periodistas jóvenes con una energía maravillosa, con conciencia de género y una mirada más libre del poder. Les diría que no pierdan la curiosidad, que no dejen que el cansancio les apague la pasión por contar.
El periodismo tiene que ser valiente, pero también amoroso. Se puede ser riguroso y, a la vez, compasivo. Eso lo aprendí en la vida y en la calle, escuchando. A ellas les diría: sigan mejorando el periodismo y el país. No hay tarea más noble que esa.
–¿Qué le diría hoy a la joven que fue?
Que siga con curiosidad y sin miedo. Que confíe más en su intuición, que no tema equivocarse. El periodismo es eso: aprender, escuchar y atreverse. También le diría que disfrute, porque cuando uno ama lo que hace, el trabajo se vuelve alegría.
Y que nunca olvide esta verdad sencilla: el periodismo fue, y sigue siendo, el amor de mi vida.