Alejandro Maass, Premio Nacional de Ciencias Exactas 2025:

“Soy producto de la cooperación en el sentido profundo de la palabra”

Entrevista a Alejandro Maass, Premio Nacional de Ciencias Exactas 2025
"que como institución tenemos que preocuparnos de la dimensión humana de la investigación", señala el especialista.
"Como institución tenemos que preocuparnos de la dimensión humana de la investigación", señala el especialista.
"Fuimos capaces de generar un estándar de muestra genómicas del océano que son universalmente útiles", dice respecto al proceso de Tara Ocean.
"Fuimos capaces de generar un estándar de muestra genómicas del océano que son universalmente útiles", dice respecto al proceso de Tara Ocean.

Se hizo poco el tiempo para hablar de las inquietudes y de la trayectoria del Profesor Titular, académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas e investigador del Centro de Modelamiento Matemático (CMM) y del Centro de Regulación del Genoma (CRG), Alejandro Maass, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Ciencias Exactas 2025.

Próximo a unirse a la delegación U. de Chile en el Foro Chile Japón a inicios de octubre, el académico se tomó una pausa en su agenda para recordar. Primero, sus años de escolar, su ingreso a la FCFM, el doctorado en Francia, el retorno como profesor y un camino lleno de conexiones e ímpetu por lograr nuevas formas de aplicar y construir conocimiento, vinculando disciplinas para desafíos como “la transición tecnológica tal vez más grande de la humanidad, una transición climática, tecnológica y con IA”; algo que procura advertirles a sus estudiantes.

"El jurado basó su decisión considerando su trayectoria sobresaliente, con un desarrollo multidisciplinario muy relevante, ampliamente reconocido, no solamente en Chile sino también en el extranjero, donde su ciencia no sólo ha impactado a las matemáticas, sino que también ha ido más allá, en colaboración con la biología y la ecología, lo que es peculiar en el desarrollo académico de un individuo", señaló el ministro de Educación, Nicolás Cataldo el día de la entrega del premio el pasado 4 de septiembre; planteamientos que revisa y pone en trayectoria temporal en esta conversación con Prensa U. de Chile.

-Situemos el inicio de su vínculo con la U. de Chile. ¿Qué recuerda de su ingreso como estudiante?, ¿qué imaginario tenía de la universidad cuando ingresó?

Venía de un colegio donde se distribuían los estudiantes en distintas instituciones. Tenía una confusión entre matemática y astronomía, pero me decidí por la matemática y diría que fue mi profesora de matemáticas, Rosa Milman, la que me convenció de venirme a la Chile. Me dijo un par de frases provocadoras, como era ella, y me vine para acá. No tenía un imaginario de la Universidad, solo había venido antes porque el papá de un compañero del colegio era director del por entonces Centro de Computación, y me acuerdo que nos sorprendió: entrar al CEC, lleno de cintas y tarjetas perforadas. Lo encontré súper moderno, pero luego, cuando entré, me di cuenta de que era la antigüedad de la Facultad.

-¿Tuvo esta inquietud desde niño?

No sé si de niño, pero me acuerdo que en cuarto básico mi hermano -un año mayor- me habló de los números negativos, y ese fue un momento en que dije me gustan las matemáticas, porque algo entendía, esa cosa que te podías mover en la recta y no había un cero y se podía ir hacia atrás. Eso fue algo clave. Después, me gustó entender las ecuaciones, poder escribirlo de una manera abstracta. La profesora Rosa Milman tenía eso de mirar las matemáticas desde una abstracción que era muy estimulante. Ella quería desarrollar ese espíritu, y aunque no todos íbamos a ser matemáticos, ingenieros o físicos, ella quería que todo el mundo entendiera la matemática desde una abstracción que le permitiera incorporarla como una herramienta.

-Hablando de los profesores y profesoras, ¿tiene algún recuerdo preciado de ellos cuando empezó a estudiar acá?

Mi generación era inmensa, muy unida, y todo el mundo -por alguna razón que la atribuyo a que venían volviendo muchos profesores jóvenes de sus doctorados- nos estimularon rápido a entrar en el área de investigación. En mi caso, me encontré con Eric Goles y Servet Martínez, que fueron mis mentores. Era gente joven tratando de construir un departamento en un contexto nacional de muy poca investigación matemática. Había un ambiente muy dinámico, de creación,  muy colectivo. 

-¿Cómo llegó a Francia?, ¿qué caminos hicieron que usted fuera a estudiar allá?

Nuestro Departamento de Ingeniería Matemática tiene una enorme historia de colaboración con Francia. Existía la Asociación de Cooperación con Francia en los 90 -década en la que me titulé- que jugó un rol muy importante para que jóvenes matemáticos chilenos pudiesen hacer doctorado en Francia. Previo a esto, hay una larga lista de académicos -incluyendo premios nacionales- que hicieron su doctorado allí, como Rafael Correa, Florencio Utreras, Servet Martínez, Eric Goles. En esa época, además, había muchos cooperantes franceses que venían a Chile y que se insertaban acá en el departamento. Volvían a Francia y empezaban las redes, y ese fue ese lugar donde yo me inserté como estudiante.

El año 94, un estudio de la Academia de Ciencias decía que en Chile habían cien matemáticas y matemáticos profesionales; obviamente que cinco años antes era menos. Recién los doctorados se empezaban a crear y en ese ambiente conocí a personas, como mi director de tesis, François Blanchard, y después me fui a hacer mi doctorado para allá; siempre colaborando mucho con Servet, que fue una especie de cotutor. En medio de este inicio, me contrataron previo al doctorado como ayudante, entonces me fui con el compromiso de regresar. Hoy día eso es mucho menos común, pues en esa época se estaba construyendo, había estímulo.

 

-Lo querían de vuelta…

Me comprometí con ese proyecto y así que volví. Yo soy un producto de la cooperación francesa en un sentido profundo de la palabra con este Departamento, es decir, cómo la cooperación francesa y lo que hicieron las generaciones anteriores llevaron a que esto estuviese vivo para los estudiantes. Yo me inserté en ella, y bueno, vivo en ella.

-Sobre esto mismo, cuando recibió el Premio Nacional, sus palabras fueron para sus estudiantes de posgrado y posgrado. ¿Cómo definiría su rol docente y cómo fue iniciar la docencia también muy joven?  

Cuando me refería a mis estudiantes, lo hacía sobre todo a mis estudiantes de doctorado y magíster. Cuando alguien quiere hacer el doctorado o magíster contigo, que tú seas su tutor o su mentor, es un acto de confianza gigante, porque está definiendo parte de su futuro. Yo lo agradezco siempre porque se generan relaciones matemáticas de amistad. A mí me gusta trabajar en amistad y eso es algo que con mis estudiantes trato de cultivar.

-Además es al revés, el profesor siempre aprende...

Además. Respecto a la docencia de pregrado, creo que uno aprende mucho porque se equivoca, porque cambian las generaciones. Con los años he aprendido a manejarlo y tratar de ser mejor profesor de pregrado, tratar de entender a los estudiantes, pero no es algo fácil. Todo es una combinación, es uno, son ellos, son generaciones, el tiempo que les tocó vivir. En mi caso, la docencia de pregrado la vivo siempre en desafío porque están cambiando los contextos, en particular en esta Facultad. Afortunadamente, se han hecho programas que han ido subiendo el número de mujeres que van entrando.

Nuestros estudiantes tienen que hacer una diferencia. Los estudiantes de ingeniería hoy día están sometidos a la transición tecnológica tal vez más grande de la humanidad, una transición climática, tecnológica, y con IA. Veo un tremendo desafío para ellos y ellas y muchas veces se nos olvida eso. Según mi experiencia en el océano, por ejemplo, con colegas de otros países estamos discutiendo como ingenieros que vamos a tener que pensar, sensorizar o vamos a tener que saber cómo hacer trazabilidad del océano. O sea, se viene un mundo por delante para la ingeniería que es tremendamente desafiante, que ya está ahí.

-Hablemos del CMM, de estos 25 años, de este centro que usted definió como “un lugar para construir matemáticas”. ¿Cuán crucial es que contemos con este espacio, considerando no sólo en el trabajo matemático abstracto, sino que por sobre todo la mirada de los usos que tiene el CMM, en ámbitos como educación, minería, o usted con el tema genómica?

El CMM es producto una suma de inquietudes que había acá en el Departamento, de crear una institución donde la matemática no solo fuese relevante para la oficina, haciendo teoremas -lo que es muy importante-, sino también que tuviese una proyección más allá de nuestro propio hacer profesional. Diría que el CMM es una pequeña concreción de esos sueños de muchas generaciones para que la matemática estuviese viva en la sociedad en muchos aspectos: cooperando con otras ciencias, en el Estado, en la industria, en distintas áreas, en la educación.

Su fundación fue una experiencia bastante única de Chile para el mundo. Yo creo que no existían CMMs como este en otras partes, y el hecho de que CNRS nos haya adoptado como una unidad internacional evidencia que esto tenía sentido para ellos apoyarlo, porque también podía servir de ejemplo sobre cómo desarrollar la matemática en cooperación. Este vínculo permitió una explosión en la calidad,  porque cuando te empiezan a evaluar y estás en una red del nivel de la red matemática francesa, eso te pone un piso distinto. Los estándares son claves en la ciencia.

-Particularmente, ¿cómo llegó a conformar el Laboratorio de Bioinformática y Matemática del Genoma? ¿Qué caminos conducen a que usted llegue a esa dimensión específica?

Es una historia larga que inicia en mi doctorado en Marsella, en un campus donde se domina la biología molecular y hay un centro de oceanografía. En los ‘90, con la efervescencia de lograr hacer el genoma humano que se concluye el 2000, había muchos planes en Europa, planes gigantescos, para desarrollar técnicas que pudiesen llegar a lograrlo. El director de mi laboratorio creó un seminario de matemáticos con gente que estaba tratando de hacer genómica en ese campus. Voy a decirlo así, se hacían cosas muy iniciales, pero era tremendamente estimulante, se pensaba mucho. Yo esto lo miraba de lejos, pero empecé a adquirir un background, leía, asistía a los seminarios y me parecía entretenido, pero seguía con mi teoría ergódica.

Después, cuando volví a Chile se creó el CMM, se creó el Plan Genoma Chile, una iniciativa inédita y extraordinaria que tenía que ver con los recursos naturales de exportación para entender su genómica. En paralelo y al alero del mismo programa, Codelco y Nipon Mining crearon una empresa de biotecnología, que hizo un llamado a ideas para herramientas de biolixiviación bacteriana de cobre y darle un impulso biotecnológico a la minería. Luego hubo una etapa intermedia en que Rafael Correa, que era el director del centro, me motivó y junto a Servet Martínez hicimos una especie de gira tecnológica autoguiada a Europa. Conocimos a personas extraordinarias, mucha gente que nos orientó y logramos conceptualizar algo que llamamos Laboratorio de Bioinformática y Matemática del Genoma, experiencia a partir de la cual nos presentamos al concurso de ideas. Nosotros fuimos el último grupo universitario que estuvo hasta el final. Terminamos trabajando durante 12 años y ahí aprendimos mucho de la genómica, aprendimos en la práctica. Esta experiencia, de los programas de genómica en recursos naturales, contribuyó a que Chile tenga genómica de alto nivel en Chile, estoy convencido.

Después, para llegar a lo que me preguntabas del océano, nos conocimos en el grupo Ciencia de Frontera en la Academia de Ciencias. Muchos de ellos estaban a cargo de otros proyectos de genómica de recursos naturales, como Ariel Orellana, Martín Montesinos y Miguel Allende. En ese momento hicieron un llamado FONDAP y decidimos con ellos además de Mauricio González y Rodrigo Gutiérrez proponer una idea, tener un centro de Chile. Ahí nació el Centro de Regulación del Genoma (CRG). Ahí empezamos a participar de otros proyectos, como el secuenciamiento del Salmón, que fue un gran proyecto que la Corfo decidió presentar en un comité internacional y fue un paper en Nature desde Chile, con fondos chilenos, con equipos chilenos.

-¿Y del genoma al océano?

Ahí empiezan las coincidencias. Guido Girardi en una edición del Congreso Futuro me dice si podemos almorzar con el director del Museo de Historia Natural de París, este me cuenta de TARA  y de Colomban de Vargas, oceanógrafo y biólogo de la estación de Roscoff de Francia, que estaba tratando de hacer un súper observatorio del océano, mezclando todo tipo de dimensiones.

Si hay algo que tiene el CMM y yo diría que lo que he aprendido acá, es que nos atrevemos a avanzar si estamos motivados por problemas donde vemos un espacio rico para las matemáticas. Contacté a Colomban, me junté con él y después de dos días éramos los mejores amigos. Él había sido uno de los jóvenes que siguió a Éric Karsenti, uno de los fundadores de las expediciones de Tara Ocean. En esto de la expedición Chile no tenía por dónde pero se empezaron a dar cosas. En un momento decidieron, a través de estas relaciones, hacer su reunión anual en Chile y la U. de Concepción (UdeC), y Osvaldo Ulloa hizo de anfitrión y lo hicimos allá. Luego hicimos otra actividad acá, hasta que el año 2020 comenzamos a trabajar para hacer lo que denominamos Tara Humboldt. Queríamos subir por la corriente de Humboldt, tarea a la que se unió Camila Fernández, oceanógrafa de la Udec.

Luego, para una ruta de Tara, propusimos que se parara no en Ushuaia, sino que en Punta Arenas; de a poquito, tratando de imaginar cómo podíamos muestrear a Chile y hacer comparaciones. Llegó el COVID y hubo que reestructurar todo. De hecho, Camila tuvo que rehacer todos los permisos con muy poco tiempo. No voy a decir gracias al COVID pero ocurrieron circunstancias que hicieron que la Fundación realizara estas dos expediciones, que en el lado nuestro le llamamos misión CEODOS, y el lado Atlántico AtlantEco constituyendo Misión Microbioma. Al final, la Fundación Tara tuvo la generosidad de poner los recursos para hacer de Punta Arenas hasta Iquique, posiblemente una de las expediciones que más muestra costera ha desarrollado. De eso, estamos a punto de liberar parte de la data, para que al menos las fracciones bacterianas que hemos secuenciado sean públicas.

-¿Cuáles han sido los principales hallazgos del proyecto Tara?

Lo que pasa es que es muy reciente. Una expedición consiste en muchas etapas. El barco fue puesto a disposición de Chile, con varios centros de excelencia. Eso sacó muchas muestras que se fueron a distintos lugares del planeta y los papers recién están saliendo.

Yo diría que lo más importante es estar profundizando el conocimiento de las zonas de mínimo oxígeno, el conocimiento biológico de la zona de surgencia de nutrientes tan relevantes que tiene Chile, que lo hacen un país especial en la oceanografía. Estamos poniendo a disposición del mundo muestras que van a servir de líneas base al estudio del océano más global.

Más que hablar de hallazgos -los hay, por supuesto- hablaría de que fuimos capaces de generar un estándar de muestras genómicas del océano que son universalmente útiles. Creo que además hemos visto una genómica especial. Esta es una colección de datos que tiene tremenda relevancia para los estudios del plancton; es decir, lo microscópico y no solo lo macroscópico y su relevancia en la protección del océano, porque cuando se habla de esto siempre es muy natural escuchar de las ballenas, los delfines, los grandes organismos.

-¿Qué desafíos se abren en torno al estudio de los océanos?

Hace poco estuve en una estación oceanográfica importante ligada al MIT en Estados Unidos, y mucha de la gente que estaba ahí se preguntaba si existirá la matemática para entender esto. Es decir, la matemática que tenemos nos sirve o tenemos que hacer otra matemática. Y eso es el océano. Yo diría que te da oportunidad de pensar en eso en la biología, en la genómica, qué es lo que me estimula a mí.

-¿Qué mirada tiene sobre esa labor de la divulgación científica? 

Voy a partir diciendo que soy tremendamente ignorante, pero me interesa. De hecho, en el Departamento creé un curso sobre divulgación científica matemática. Diría que en las tres versiones que hemos hecho, estamos tratando de entender lo que queremos hacer y aprender para generar una mirada de cómo se muestra la disciplina. Lo que tratamos de hacer en el curso es ver cómo generar nuestro propio magazine local, en el entorno de Chile.

Después está el CRG, que creo que algo que lo caracteriza es su trabajo de divulgación y educación. También, antes, desde el CMM creamos un taller de minería para estudiantes de colegio. Esa idea de comunicación y divulgación hoy en día tiene camino trazado, y tiene la fuerza de Miguel Allende que entrega mucho de su tiempo a esto.

Lo multidisciplinar a mí me interesa en la medida que no tiene jerarquía; es decir, que yo puedo opinar igual que como opina el dueño de la muestra. Esa es la única manera de darle valor a lo que tú estás haciendo científicamente. 1000 Genomas muestra cómo hay una cadena de valor que puede llegar hasta la industria, pero donde muchas miradas son necesarias, sin jerarquía.

-¿Qué mensaje le entregaría a la comunidad de la U. de Chile?

Si hay algo de lo que estoy convencido cada vez más es que hay que ser capaces de escucharse, de mirar al otro. Creo que como institución tenemos que preocuparnos de la dimensión humana de la investigación. Por otro lado, dado el potencial que tenemos de cultivar muchas disciplinas, debemos aprender a aprovecharlo mucho más. Como institución tenemos que mirarnos y tratar de generar instancias de integración en investigación; mirar sin jerarquía y decir “tenemos ese desafío que podemos mirar juntos, ¿por qué no lo estamos mirando también desde arriba, uniendo actores?”.

-No va a ser solo disciplinariamente.

No, no va a ser disciplinariamente. Como institución tenemos que aprovechar nuestras capacidades y potenciarnos.