NICANOR PARRA Y LA POESÍA DE LO COTIDIANO (II) |
2.- DESACRALIZACIÓN
DEL YO POÉTICO
Hemos apuntado ya a las diferencias profundas que separan la fisonomía del hablante lírico de Residencia en la tierra y de los Antipoemas. El yo poético de Residencia aparece como terriblemente expuesto a la peligrosidad del mundo. Lo acecha la destrucción, la incesante desintegración de la realidad:
Esto le obliga a trascendentalizarse, es decir, a verse a sí mismo como ser arrojado del mundo, o ser para la muerte, lo que lo mueve a su vez a un anhelo de absoluto, o sea, a la búsqueda de aquella realidad suprema descrita por Breton o a la tentativa de fijar el fundamento de la existencia, o bien, y por último, a recobrar los orígenes, el paraíso perdido en la tradición occidental. De este modo se pretende superar la finitud de la existencia. Todo este proceso conlleva oculto un fondo mítico. Nos apresuramos en reconocer que los mitos presentes en este fondo están despojados de su carácter religioso y puestos en la dimensión de la perspectiva secularizada del mundo que define, en gran parte, al hombre de nuestro tiempo. El primer mito que encontramos es el del paraíso perdido.El yo lírico de Residencia en la tierra se autopresenta como un arquetipo: "el arrojado del paraíso". Hay en él un desesperado esfuerzo por recobrar los orígenes que se le aparecen envueltos en la bruma del olvido. Ante la imposibilidad del rescate el hombre residenciario se entrega a la angustia, y al ensimismamiento y la soledad. De aquí proviene esta visión tremendamente negativa de la existencia que Amado Alonso ha analizado en su libro Poesía y estilo de Pablo Neruda. Sin embargo, no se abandona la tentativa, ni desaparece el anhelo de recobrar los orígenes atisbados, negados consecutivamente, pero siempre presentes como una promesa y una esperanza ("Entrada a la madera", por ejemplo). El paraíso perdido se reencuentra finalmente en Canto general. En este vasto libro el hablante accede a un espacio sagrado, a la pureza original representada por la América precolombina. Otro mito degradado que encontramos en Residencia en la tierra y en Canto general es el que se refiere a la sacralización del mundo y que se expresa, en el campo mítico, a través del axis mundi o del omphalus mundi. Este mito debe entenderse en la perspectiva que tiene del espacio, el hombre religioso. Esta perspectiva, se funda en la idea de la no homogeneidad del espacio, es decir, en la creencia que hay roturas, escisiones, lugares básicamente diferentes a los otros. Estos pueden ser lugares consagrados a Dios, o el ámbito que protege el totem o la parte en donde las potencias cósmicas señalaron su presencia (una montaña, una caverna, un árbol). Es por ello que el espacio sagrado constituye también una "abertura" hacia lo alto (potencias divinas) o hacia abajo (potencias infernales). La posibilidad de comunicación con el cielo se expresa a través del símbolo del axis mundi o de la escalera (escalera de Job) en la tradición cristiana. En la poesía nerudiana, este mito subsiste a través de las formas del lugar privilegiado que concretamente se expresan en el paisaje natal, o sea, en la presentación del sur de Chile como un espacio consagrado por la pureza primigenia:
("Quiero volver al Sur")
Un tercer mito, que encontramos bajo las mismas formas criptorreligiosas que los anteriores, es el de la tierra madre. La tierra para Neruda constituye una potencia maternal en donde no sólo se engendra la existencia, sino que también encuentra ésta su más justo y protector amparo. En las profundidades de la tierra yace lo indestructible, el fundamento del ser. De aquí nace la vida en una suerte de resurrección constante porque en el seno de la tierra se repite el acto primordial por antonomasia: el nacimiento de la vida. En virtud de lo dicho es evidente la relación que existe entre la mujer y la tierra; ambas se encuentran solidarizadas profundamente. De la sacralidad de la tierra depende asimismo el carácter sagrado de la mujer. Como para Neruda la tierra es la guardadora del fundamento, la mujer pasa a desempeñar la misma función: es una potencia cósmica en la que se verifica el rito de la creación (5). Finalmente, el último mito que nos importa destacar es el del Justo, el elegido, el ungido, el inocente (todos los nombres, apuntan a lo mismo) que viene al mundo o está en él para proclamar la redención. Este mito aparece en Neruda, bajo una forma sorprendente, que se inserta, sin embargo, en la utilización que el marxismo ha hecho de los grandes mitos escatológicos como lo ha demostrado Mircea Eliade. En efecto, el papel del redentor lo asume, en Canto General el proletariado. Especialmente vemos en "Alturas de Macchu Picchu" como el sufrimiento del esclavo enterrado hace miles de años es capaz de cambiar no sólo social, sino también ontológicamente al mundo (6). Cabe hacer notar, como una acotación al mito del paraíso perdido, que él proviene de uno de los mitos más poderosos en la historia de la humanidad, presente también en el marxismo a través de la sociedad sin clases: el mito de la edad de oro. Frente a estos mitos ocultos, y al deseo de absoluto y de trascendencia que ellos implican, la figura del yo poético se presenta naturalmente solemne y grave. Es contra estos rasgos que reacciona el héroe de los antipoemas. Hemos dicho que él se presenta despojado de toda trascendencia, consciente en que no alcanzará la autenticidad hasta que no se desmitifique totalmente. Es decir, que para ser el mismo debe destruir todos los dioses, no sólo los falsos, sino también, y esto le confiere dramatismo a su actitud, los verdaderos. Dicho de otro modo, la desmitificación del yo poético conlleva una desacralización de la poesía y de sus temas y, en última instancia, una desacralización del mundo. En lo que se refiere a la desacralización de la poesía, ya hemos anotado cómo Parra reacciona contra la función metafísica de ella y el anhelo de trascendencia que la sustenta. Pero aún va más allá. El yo lírico niega cualquier posibilidad que atienda a considerar la poesía como dotada de utilidad o de dirección significativa:
("Advertencia al lector") Es decir, frente a la concepción superrealista (la de la generación de Neruda) que le atribuye a la poesía la capacidad de develar el ser, o la búsqueda del fundamento o le exige una respuesta a la pregunta sobre el hombre:
Nicanor Parra reconoce que la poesía no aspira a una meta determinada y que, por lo tanto, no es dable exigirle respuestas sobre las eternas cuestiones que abruman al hombre. Reacciona, así mismo, contra el carácter solemne y el tono semilitúrgico de la poesía anterior:
("La montaña rusa") En este mismo sentido, Parra sostiene que la poesía no sobresalta gravemente a nadie, que tampoco está destinada a asustar a los burgueses y que es así porque en realidad la función poética es una labor como la de cualquier honrado ciudadano que hace a conciencia su trabajo sin cuestionar si su actividad es capaz o no de cambiar el mundo. De esta conciencia sobre la función del poema lírico provienen una serie de composiciones y versos en que el poeta se burla desenfadadamente de los que le precedieron creando aquella poesía que Parra califica como un objeto de lujo, como un castillo en el aire, como un signo cabalístico, empresa que en su conjunto, le produce la sensación de una lamentable pérdida de tiempo. Parra califica a estos poetas, a pesar de su pretendida conciencia social, como ajenos al mundo, como pequeños dioses que, desde las sacras alturas, jamás entendieron a la pobre criatura humana. En "Manifiesto" califica a estos poetas como: "poeta Barata", "el poeta ratón de biblioteca" y repudia su creación lírica:
("Manifiesto") A la luz de estos versos se evidencia, con suma claridad, la intención desmitificadora de Parra. Se duda y se pone en solfa una larga y prestigiosa tradición: aquella en que la poesía como expresión del genio, de las musas o de la inspiración devela lo misterioso, abre el ser, y modifica por consiguiente, al mundo. El rechazo de esta tradición se traduce en una reducción básica del trascendentalismo propio de los temas poéticos. La generación superrealista nos había entregado una imagen del hombre como una criatura constantemente expuesta a perder en el mundo la propiedad y autenticidad de su existencia. Se presentaba al hombre como el "arrojado del Paraíso", es decir, como un ser terriblemente nostálgico de la pureza y la plenitud original, empeñado en una lucha constante para recobrar lo perdido en medio de la enajenación y la angustia del mundo contemporáneo. Parra ironiza esta situación porque no cree que el hombre sea capaz de cuestionar así su existencia. El no confía en la veracidad de la nostalgia del Paraíso porque simplemente tampoco está dispuesto a creer que haya existido tal espacio sagrado. Cree más bien, que todo ello es una máscara seudoidealista que han creado algunos para ocultar fines inconfesables, para disimular la real condición humana o para oficiar ritos sociales que dan prestigio. Así, podemos comprender el por qué el hombre fatal se reduce, en la poesía de Parra, a un oficinista escéptico; por qué la grandiosidad de los escenarios (espacios celestes, playas abandonadas y remotas, profundidades telúricas, etc.) se ve reemplazada por fuentes de soda, cines suburbanos y paseos municipales. Del mismo modo comprendemos que la luz de la luna sirve, ahora "para cometer pequeños robos", que el carácter trágico de la existencia -en la perspectiva del hablante lírico de los Antipoemas- sea un término que sólo se usa con el fin de magnificar los pequeños contratiempos diarios, que toda la cargazón afectiva de la mujer imposible (viejo tipo literario) se resuelva en que la imposibilidad de amar sea la estatura:
y que, en fin, los mitos cripto religiosos que se referían a la mujer como potencia cósmica genésica o al papel redentor del proletariado o los lugares sagrados sean destruidos por la ironía, el humor, el sarcasmo y fundamentalmente porque el sistema de representación que habitualmente se les confiese se ha alterado gravemente o saltado hecho añicos. Así, por ejemplo, en el poema "Hombre al agua" encontramos el mito degradado del lugar privilegiado (añoranza o recuerdo del "lugar santo"):
La forma solemne, invocatoria, emocionada de representación que requiere el espacio sagrado, es violentada con una frase fuera de lugar: "A Chillán los boletos". Pero ello no es todo. Al comienzo del poema leemos:
Es obvio que representar el viaje hacia el lugar feliz en la imagen de un ciclista, no sólo ironiza la situación, sino que establece una violenta incongruencia. La ruptura del sistema de representación se hace extrema en algunos poemas de Camisa de fuerza. En ellos, el poeta utiliza un lenguaje litúrgico y aún las formas propias de la oración cristiana para referirse a una relación deformada, invertida o incongruente en la relación del hombre con lo sagrado:
("Padre nuestro") El poema comienza con la invocación litúrgica tradicional: "Padre nuestro que está en el cielo"; ella crea una situación de humildad solemne en la que el creyente se dirige a Lo Alto para solicitar el perdón y el pan de cada día. La tónica inicial es de respeto, credulidad y fe en lo numinoso. Es decir, la frase inicial funda un sistema de expresión. En un procedimiento típico de Parra el verso siguiente rompe este sistema: "Lleno de toda clase de problemas". Esta referencia es inesperada y por ello destruye la solemnidad de la relación sagrada. Se nos muestra al Altísimo como un ser complicado en sus propios conflictos (No puede arreglar las cosas y el demonio lo abruma) como alguien más de nosotros, los hombres vulgares y corrientes. Desde esta perspectiva es ciertamente absurdo rogar a Dios que se preocupe de nosotros. ?Con qué fin, que no sea perverso, echarle un problema más encima? Más bien lo que requiere Dios, nos dice el hablante lírico, es piedad y comprensión de nosotros:"Comprendemos que sufres" "porque no puedes arreglar las cosas..." "Sinceramente no sufras más por nosotros". Esta actitud piadosa remata al final del poema en un verso definitivo: "y que nosotros perdonamos todo". Es decir, la relación con lo sagrado se ha invertido. "El nosotros" en el lenguaje cristiano se utiliza para denominar al que solicita humildemente, al que tiene fe en la magnanimidad divina, al que se entrega a los designios de la voluntad superior. En el poema que analizamos "el nosotros" es sólo formalmente cristiano, ya que carece absolutamente de los contenidos que le son propios. Se trata de un nosotros lo suficientemente fuerte y magnánimo para perdonar la imperfección divina y que no requiere de alguien ajeno para vivir su vida y ordenar su existencia. No se pide ni se espera nada y aún se es capaz de penetrar en el misterio de lo sagrado: Sabemos que el demonio no te deja tranquilo... él se ríe de ti. Nos encontrarnos frente a la típica actitud del hombre arreligioso que no reconoce otra realidad que la concreta en que participa, que rechaza toda posibilidad de acceso a la dimensión trascendental y que, por consiguiente, la reduce al modelo humano. Dicho de otro modo, la realidad sagrada no es distinta a la de todos los días. Todo este proceso de desmitificación de la poesía y del mundo se refleja, naturalmente, en la fisonomía del yo poético. Éste aparece, como ya lo ha indicado la crítica (7) como un sujeto impersonal -rasgo propio de la poesía contemporánea- cínico, duro y aún perverso. Se manifiesta en algunos poemas como un yo representativo de la humanidad ("Soliloquio del individuo") y en términos generales como el yo de la conteporaneidad. Es decir, como un sujeto que expresa no sólo "el espíritu de una época" sino que la estructura de ser del hombre contemporáneo. Para ello el yo poético se despoja intencionadamente de todo personalismo sentimental consiguiendo, así, expresar los estados de conciencia del hombre contemporáneo. En este sentido se pueden aplicar a Parra los términos con que Hugo Friedrich en su libro La estructura de la lírica moderna define la poesía de Baudelaire: "Baudelaire justifica la poesía en cuanto es capaz de neutralizar el corazón personal. Ello ocurre de un modo todavía inseguro y encubierto en parte bajo imágenes más antiguas. Pero se produce de tal modo que puede ya vislumbrarse como una fatalidad histórica el futuro paso de la neutralización del tema lírico, sea como fuere, contiene ya aquella despersonalización, que más tarde será eregida por T. S. Elliot y otros en condición necesaria para la exactitud la validez del arte poético". Nos apresuramos a declarar que de ningún modo estamos sosteniendo la influencia de Baudelaire sobre Parra. Nos referimos exactamente sólo al proceso de despersonalización del yo que comienza con suma claridad en la figura del poeta francés. Volvemos a citar a Friedrich: "Casi todos los poemas de las Fleurs du Mal hablan partiendo del yo. Baudelaire es un hombre completamente replegado sobre sí mismo, pero, cuando escribe, apenas sí mira a su yo empírico. El poeta escribe de sí mismo en tanto que se sabe víctima de la modernidad"(p 51). Si cambiamos la palabra modernidad por contemporaneidad podemos trasladar a Parra esta misma situaci6n de víctima de su tiempo.
Desde este punto de vista la antipoesía es una expresión propia de la estructura histórica en que vivimos, es la forma que asume la lírica para responder a las exigencias del mundo contemporáneo. Para ello el yo poético se tipifica como el representante de las contradicciones de la época. Nos encontramos, por consiguiente, frente a un héroe lírico singular. Él está alejado del yo empírico, no pueden confundirse de ningún modo. Verbigracia: cuando leemos:
No es lícito, aun cuando es posible hacerlo, atribuir esta premonición, o mejor dicho convencimiento, a la situación concreta del hombre Parra y decir, entonces, Parra está a punto de sufrir una crisis espiritual que lo llevará a buscar la consolación en el cristianismo. Para nosotros este yo poético de "La cruz" recoge la crisis de la contemporaneidad, es decir, no una tragedia personal, sino un conflicto histórico del ser. Además, como ya lo hemos anotado, este yo lírico aparece despojado de la solemnidad, del prestigio y en términos generales de la autoconsagración que lo distinguía en la lírica inmediatamente anterior. Todo ello conjuga el proceso que hemos llamado desacralización del yo poético. Sin embargo, dicha desmitificación no es absoluta. Está implícita en ella el mismo fenómeno a que se refiere Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano; (8) a propósito del hombre arreligioso: "este hombre arreligioso desciende del homo religiosus y, lo quiera o no, es también obra suya, y se ha constituido a partir de las situaciones asumidas por sus antepasados. En suma, es el resultado de un proceso de desacralización. Así como la "Naturaleza" es el producto de una secularización progresiva del Cosmos obra de Dios, el hombre profano es el resultado de una desacralización de la existencia humana. Pero esto implica que el hombre arreligioso se formó por oposición a su predecesor, esforzándose por "vaciarse" de toda religiosidad y de toda significación trans-humana. Se reconoce así mismo en la medida en que se "libera" y se "purifica" de las "supersticiones" de sus antepasados. En otros términos, el hombre profano, lo quiera o no, conserva aún huellas del comportamiento del hombre religioso, pero expurgadas de sus contenidos religiosos. Haga lo que haga, es heredero de éstos. No puede abolir definitivamente su pasado, ya que él mismo es su producto. Está constituido por una serie de negaciones y de repulsas, pero continúa obsesionado por las realidades de que abjuró. Para disponer de un mundo para sí, ha desacralizado el mundo en que vivieron sus antepasados; pero, para llegar a esto, se ha visto obligado a adoptar un comportamiento totalmente contrario al comportamiento que le había precedido, y este comportamiento lo siente todavía dispuesto a actualizarse, de una forma u otra, en lo más profundo de su ser" (p 197-198). Mutatis mutandi, se pueden aplicar varias de estas determinaciones a la poesía de Parra. Ella está constituida por una serie de negaciones y repulsas: rechazo de la autoconsagración del yo poético, de la trascendencia de la obra literaria, de la búsqueda anhelosa de una realidad suprema, o de la plenitud de los orígenes (el paraíso perdido, los espacios maternales, la realidad absoluta enunciada por Breton), negación de la imagen del hombre como ser caído en el mundo, etc. Sin embargo, continúa obsesionada por la realidad de que abjura, no puede despojarse de ella que de una u otra manera tiende a reactualizarse. Ya el crítico Ignacio Valente (9) ha mostrado cómo hay en la poesía de Parra un anhelo de absoluto y una religiosidad latente. Nosotros pensamos que ella proviene de un conflicto existencial, que como toda crisis de esta índole se desarrolla en las zonas más profundas del ser, en aquellas que moran los mitos y las latencias metafísicas y religiosas, es decir en aquel nivel que conocemos con el nombre de inconsciente. Son los contenidos propios del inconsciente: situaciones existenciales inmemoriales, actividad irracional y sobre todo experiencias críticas del ser las que fundan el anhelo de absoluto y la apetencia de lo sagrado en ciertos poemas de Parra. Así, por ejemplo en "Pido que se levante la sesión" se manifiesta la experiencia crítica originaria sobre el ser, la primera experiencia:
A pesar que la pregunta por el ser aquí puesta de manifiesto se coloca en un sistema de representación incongruente: un discurso dirigido a un auditorio, no carece de dramatismo y de carácter conflictivo. Nos enfrenta al eterno dilema del origen y, por consiguiente, del destino del ser en el mundo: alienta en nosotros lo eterno y absoluto o no somos más que materia perecible? También este yo es capaz de asumir el inconsciente colectivo como se evidencia con suma nitidez en "Soliloquio". En este poema el yo poético se manifiesta con un carácter paradigmático para asumir y representar estados de conciencia que van desde los niveles más arcaicos hasta los más actualizados: |
NOTAS
(4) Todas las citas de Neruda provienen de: Obras completas. Buenos Aires. Editorial Losada. 1967. Tercera edición aumentada. volver
(5) Mario Rodríguez Fernández. "Imagen del amor y la mujer en un momento de la poesía de Pablo Neruda". Anales de la Universidad de Chile. No. 125, primer trimestre. volver
(6) Me refiero básicamente al Neruda de Residencia en la tierra (1933-1947) y de Canto General (1950), que corresponde plenamente a la vigencia generacional superrealista. Corresponde además, a la madurez de Neruda, al período más alto de su poesía, al que más influjo ha ejercido y, sobre todo, al más propio, ya que de Estravagario adelante (1958) se ha adscrito sensiblemente a las preferencias de la generación de Parra. volver
(7) Federico Schopf. "Estructura del antipoema". Atenea. Separata No.399. Concepción. Jorge Elliot. Antología crítica de la nueva poesía chilena. Santiago. Editorial Nascimento. 1957. Publicaciones del Consejo de Investigaciones Científicas de la Universidad de Concepción. pág. 112-120. volver
8) Mircea Eliade. Lo sagrado y lo profano. Madrid. Ediciones Gueadarrama. 1967. Traducido por Luis Gil. volver
(9) Ignacio Valente. El Mercurio. (27-VIII-1967). volver |