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ÚLTIMA
VOLUNTAD
Sacadme de una
vez la bandera del rostro, me hace cosquillas.
Enterrad
con ella a mi gato, enterradla allí
donde tenía
mi cromático jardín.
Quitadme esta
corona de lata del pecho, hace ruido.
Tiradla
a las estatuas, a la basura,
y regalad
las cintas a las rameras para que se adornen.
Decid las oraciones
por teléfono, pero cortad el cable.
O envolvedlas
en un pañuelo lleno de migajas de pan
para los
estúpidos peces del charco.
Que el obispo
se quede en casa y se emborrache. dadle un barrilito de ron
porque está
sediento a causa del sermón.
Y dejadme tranquilo
con lápidas conmemorativas y sombreros de copa.
Adoquinad con
ese buen basalto una calleja que nadie habita,
una calle
para pájaros.
En mi baúl
hay mucho papel garrapateado para mi primo pequeñito.
Que pliegue
aeroplanos para que naveguen lindamente desde el puente,
y que se
ahoguen en el río.
Lo que resta,
un calzoncillo, un encendedor, un bello ópalo
y un despertador,
eso debéis regalarlo a Calístenes, el trapero,
y dadle
también una propina adecuada.
Por la resurrección
de la carne, mientras tanto, y por la vida eterna
me preocuparé
yo solo, si no me lo tomáis a mal.
Es cosa
mía, ¿no es verdad? Que os vaya bien.
En la mesa de
luz todavía algunos cigarrillos.